miércoles, 10 de septiembre de 2014

Gara y Jonay

La tradición oral relata que en un pueblo de la isla de La Gomera vivía una hermosa muchacha, Gara. En esta isla, había unos chorros que podían predecir si los jóvenes encontrarían el amor o no, los (chorros de Epina). Si el agua se mantenía tranquila, indicaba que sí lo hallaría. Si el agua se enturbiaba, era signo de desamor. 
Entonces, Gara y más jóvenes gomeras decidieron saber si hallarían el amor en las fiestas que se celebraban en la isla. Cuando Gara se dispuso a mirar, el agua se mantuvo tranquila y serena, pero luego empezó a enturbiarse.
Inmediatamente, fue al sabio del lugar, el único que podía descifrar las indicaciones de los chorros, y le advirtió que se mantuviera lejos del fuego. 
Durante las fiestas, arribó a la isla Jonay, un apuesto joven guanche de la vecina isla de Tenerife, que junto con su padre y demás nobles, vinieron a la fiesta. Más tarde, se encontraron sus miradas, y su amor se hizo eterno. Estuvieron a punto de decir su noticia en público, cuando el volcán Echeide (El Teide) empezó a escupir lava y fuego. 
Entonces, una amiga de Gara, que había ido con ella a los chorros, le contó lo que había pasado. Entonces, los padres de Jonay y de Gara les prohibieron estar juntos.
Pero aun así, Jonay, príncipe del fuego, se lanzó al mar durante la noche y cruzó rumbo a la Gomera a bordo de dos pieles de cabra infladas. 
Jonay se enamoró de ella y la muchacha también lo amó. Ambos jóvenes huyeron hacia el Cedro, en lo más alto de la isla, pero se les persiguió. 
Los amantes subieron hasta el pico más alto de La Gomera, y al verse acorralados, tomaron un palo afilado por ambas puntas y, apoyándolo en sus pechos, se abrazaron y murieron atravesados.
Desde entonces esa montaña de Laurisilva se llama Garajonay, en recuerdo de los dos enamorados que prefirieron morir juntos a continuar su vida separados. 


 

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