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lunes, 15 de septiembre de 2014

La leyenda de Luna Inquieta y Lobo Salvaje

En una tribu lejana había una hermosa mujer llamada Luna Inquieta, siempre soñaba con que alguien le acompañase toda su vida. 
Era hija del jefe de la tribu, llamado Gran Oso Gris y su madre Rayo De Luna.
Cuando llegó la temporada de caza, Gran Oso Gris vio en el campo de bisontes a un hombre tendido y muy herido; abandonando la caza lo llevó a la tribu para que le curase la hija de él. 
Luna Inquieta sentía en su corazón un sentimiento que sólo se da cuando se está enamorado. 
Cuando se recuperó y despertó ese extraño, se encontró ante la especial hermosura de la mujer que le cuidaba. Él dijo llamarse Lobo Salvaje.
Se dice en esos lugares, que él se quedó en esa tribu, siendo aceptado por todos y empezó a pretender a Luna Inquieta y era correspondido. 
Pero, como todo, casi nunca es perfecto; se atravesó una desconocida en la cual vio algo extraño en ella, y su corazón hundido en el mar de confusiones, dudaba de su sentir y pretendió a ambas, dicen que la justicia llega a su debido tiempo y así fue desterrado de esa tribu por ese mal acto.
 Anduvo vagando por muchos lugares, mientras, en la tribu, lloraba Luna Inquieta, sufría mucho creyendo que él le traicionó, sin saber que a raíz de ésto Lobo Salvaje descubrió que su único y verdadero amor era ella. 
Él se arriesgó y fue una noche a buscarla a la tribu y la vio a escondidas, ella le rechazó muchas veces, pero a los corazones enamorados no se les puede mandar.
Ella le prometió que hablarían la próxima noche de luna llena y él se fue,Luna Inquieta, confundida, acudió con su padre y dijo lo que había pasado. 
Él no supo que decir, sólo decía: la verdad, no se qué creer, él quería mucho a su hija, así que llamó a la madre de ella y entre ambos hablaron de eso, tratando de aconsejarle, sin saberse escuchados por alguien de la misma tribu que alertó a los cazadores para matarle cuando llegara esa noche. 
Al fin llegó la noche acordada, y se sentía en el ambiente la tristeza, se escuchaba mucho el aullar de los lobos,… Lobo Salvaje notó a esa gente que quería dañarle y entró en la choza del jefe donde estaban tanto Gran Oso GrisRayo de Luna y su amada Luna Inquieta.
Tanto el padre y la madre les aconsejaron huir lejos a las montañas, más allá de el campo, y los padres de Luna sólo pidieron que fueran felices. 
Ambos huyeron, pero para mala suerte de ambos, les persiguió ese grupo de caza, lograron pasar las montañas, y al llegar al campo, cuando casi les alcanzaba el grupo para matarlos, se dice de esta leyenda que el "hada del amor" con su gran espada como vara mágica apareció, y les dio un regalo de amor, la confianza mutua. A ella la convirtió en una salamandra del desierto y a él también, los cazadores asustados huyeron de regreso a la tribu.
Se dice que hasta ahora, en estos tiempos, en el campo se puede hallar a dos salamandras del desierto, que siempre miran al cielo donde las nubes les vigilan y les cuidan, mientras ellos dos se aman eternamente y hasta el fin de los tiempos.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Leyenda de Irázu

La luna llena plateaba la noche repleta de calma. Sentada a la orilla de un perezoso riachuelo, una pareja de enamorados conversaba quedamente. Ella frágil, esbelta y dulce, hija del cacique. El fsicj ágil, alto y fuerte, renombrado cazador y temido guerrero. La luna, testigo de su cariño, conocía de sus planes, de su constancia, zozobras y amoríos. Miraban plácidamente la inmensidad del cielo, con las manos entrelazadas, prometiéndose amor eterno, escuchando el bullicio silencioso de la plácida noche. Súbitamente, el silencio se interrumpió al crujir dolorosamente una rama seca que se quebraba. El guerrero de un salto se puso en pie con el filoso puñal desenfundado pero… el inquietante ruido no se repitió más, la armoniosa calma continuó. Una suave brisa transportaba el perfume de las fragantes flores silvestres.
La aldea, con sus pequeñas y numerosas chozas, con su imponente palenque y su majestuoso templo al Dios Sol, permanecía despierta. En las chozas, grupos familiares conversaban y reían al calor de los chispeantes fogones. En el templo, solemne silencio llenaba todos los rincones, la estatua de piedra erigida al Sol reflejaba, inconstantemente, las rojizas llamas de la tea permanente encendida en su honor.
En el palenque, los principales de la tribu oían, entre olores a carne asada y chicha de maíz, leyendas de los héroes del lugar, contadas cadenciosamente por un anguloso servidor del templo del Sol, quien, con mano hábil, golpeaba un tosco tambor que resonaba con furia cuando el relato se refería a momentos de peligro o heroísmo. El viejo cacique, sentado en sitio preferente, escuchaba con atención. Su rostro, cruzado por profundos surcos de experiencia, brillaba como si fuera de bronce, iluminado por las amarillentas llamas del fogón expresando intensa serenidad.
Como un felino entra en su cueva cuando no lo amenaza peligro alguno, así entró, arrogante y silencioso, el gran sacerdote al palenque. Paso a paso atravesó el lugar hasta acercarse al patriarcal jefe. Susurrante empezó su relato. Ninguno de los presentes oyó ni una palabra con claridad. El rostro del anciano, que reflejaba serenidad completa segundos antes, empezó a cambiar sucesiva y rápidamente de expresión.
Las llamas, primitivos reflectores, iluminaban la transfiguración: disgusto… apatía… leve interés… profunda atención… sorpresa… tristeza… enojo… cólera… furia.
El cacique lentamente se incorporó. El narrador automáticamente cortó su relato. El gran sacerdote, de ojos negros pequeñísimos y refulgentes, se apartó de su lado y el anciano, con paso lento pero firme, se dirigió hacia el templo.
Ante el monumento al Sol, rasgando sus vestiduras clamó: Sol todopoderoso, oh Dios inmenso! Con profundo dolor vengo hoy, triste día, a pedirte clemencia para nosotros y castigo ejemplar para quien no supo obedecer tus inflexibles mandatos. Mi hija, mi propia hija, insensatamente ha querido por mucho tiempo a un guerrero de la tribu de cazadores, enemigo de nuestra raza y nuestra religión. Por su sacrilego pecado, oh dios, te pido castigar su falta y maldecir al miserable infiel. Quejumbroso, al cacique continuó suplicando, primero con voz sonora y fuerte, luego con gritos poderosos, ensordecedores. La calma de la aldea fue desalojada por los retumbantes gritos del viejo que pedía, al Sol Dios, ejemplar castigo que fuese lección eterna para los pecadores irreflexivos y desenfrenados.
El Dios… le oyó. Con mano omnipotente tomó a la dulce y enamorada muchacha y con furia le incrustó en el azul del cielo, en el azul intenso, en el azul profundo, convirtiéndose en suave, blanca y vaporosa nube que engalanó por primera vez el cielo de Costa Rica.
El Dios vengativo no tocó al bravo guerrero, viril y valiente. Murió de soledad jurando luchar eternamente por alcanzar a su amada.
Como era tradicional, el intrépido guerrero fue enterrado en la llanura con los ritos y ceremonias dignos de sus méritos y rangos.
Sus amigos abandonaron pronto el lugar dejando en la tumba el cuerpo yerto, guardián del juramento eterno. Esa misma noche la tumba quebró la monotonía de la llanura, empezando a crecer. Con esfuerzo titánico creció convirtiéndose en túmulo, lentamente de túmulo en duna, despaciosamente de duna en loma, de loma en montaña, de montaña en el imponente Irazú. Irazú, centinela gallardo de aquella llanura. El juramento estaba cumplido…
En las mañanas frías, la nube blanca, vaporosa y femenina, cariñosamente envuelve al gigantesco Irazú, guerrero viril, disfrutando eternamente de su amor, el cual ni el omnipotente Dios del viejo cacique logró romper.

La leyenda del amor eterno-Historia indigena

Cuenta una vieja leyenda de los indios sioux que, una vez, hasta la tienda del viejo brujo de la tribu llegaron, tomados de la mano, Toro Bravo, el más valiente y honorable de los jóvenes guerreros, y Nube Alta, la hija del cacique y una de las más hermosas mujeres de la tribu.

- Nos amamos -empezó el joven.
- Y nos vamos a casar -dijo ella.


- Y nos queremos tanto que tenemos miedo.
- Queremos un hechizo, un conjuro, un talismán.
- Algo que nos garantice que podremos estar siempre juntos.
- Que nos asegure que estaremos uno al lado del otro hasta encontrar a Manitú el día de la muerte.
- Por favor -repitieron-, ¿hay algo que podamos hacer?

El viejo los miró y se emocionó de verlos tan jóvenes, tan enamorados, tan anhelantes esperando su palabra.
- Hay algo... -dijo el viejo después de una larga pausa-. Pero no sé... es una tarea muy difícil y sacrificada.
- No importa -dijeron los dos.
- Lo que sea -ratificó Toro Bravo.
- Bien -dijo el brujo-, Nube Alta, ¿ves el monte al norte de nuestra aldea? deberás escalarlo sola y sin más armas que una red y tus manos, y deberás cazar el halcón más hermoso y vigoroso del monte. Si lo atrapas, deberás traerlo aquí con vida el tercer día después de la luna llena. ¿Comprendiste?
La joven asintió en silencio.

- Y tú, Toro Bravo -siguió el brujo-, deberás escalar la montaña del trueno y cuando llegues a la cima, encontrar la más brava de todas las águilas y solamente con tus manos y una red deberás atraparla sin heridas y traerla ante mí, viva, el mismo día en que vendrá Nube Alta... salgan ahora.

Los jóvenes se miraron con ternura y después de una fugaz sonrisa salieron a cumplir la misión encomendada, ella hacia el norte, él hacia el sur... El día establecido, frente a la tienda del brujo, los dos jóvenes esperaban con sendas bolsas de tela que contenían las aves solicitadas.

El viejo les pidió que con mucho cuidado las sacaran de las bolsas. Los jóvenes lo hicieron y expusieron ante la aprobación del viejo los pájaros cazados. Eran verdaderamente hermosos ejemplares, sin duda lo mejor de su estirpe.

- Volaban alto? -preguntó el brujo.
- Sí, sin duda. Cómo lo pediste... ¿y ahora? -preguntó el joven- ¿lo mataremos y beberemos el honor de su sangre?
- No -dijo el viejo.
- Los cocinaremos y comeremos el valor en su carne -propuso la joven.
- No -repitió el viejo-. Hagan lo que les digo. Tomen las aves y atenlas entre sí por las patas con estas tiras de cuero... Cuando las hayan anudado, suéltenlas y que vuelen libres.

El guerrero y la joven hicieron lo que se les pedía y soltaron los pájaros.

El águila y el halcón intentaron levantar vuelo pero sólo consiguieron revolcarse en el piso. Unos minutos después, irritadas por la incapacidad, las aves arremetieron a picotazos entre sí hasta lastimarse.

- Este es el conjuro. Jamás olviden lo que han visto. Son ustedes como un águila y un halcón; si se atan el uno al otro, aunque lo hagan por amor, no sólo vivirán arrastrándose, sino que además, tarde o tempra
no, empezarán a lastimarse uno al otro. Si quieren que el amor entre ustedes perdure, "vuelen juntos pero jamás atados"